Abrí los ojos de golpe,
sobresaltada, sentía cómo mi corazón golpeaba con fuerza mi pecho y un sudor
frío impregnaba mi cuello y las palmas de mis manos. Rápidamente me incorporé,
fue entonces cuando me di cuenta de que estaba tirada en el frío asfalto de una
carretera abandonada; no entendía cómo había llegado hasta allí, lo último que
recordaba era haberme metido en mi cama y estaba totalmente segura de que se
encontraba dentro de mi cuarto, en mi casa, donde mi hermana dormía en la
habitación de al lado ¿Estaba soñando? Si era así ¿Por qué todo parecía tan
real? Me levanté con cuidado y noté un punzante dolor en la columna vertebral,
seguramente por haber dormido en aquel lugar; después de estirarme para aliviar
un poco la tensión observé el panorama. El cielo nocturno estaba teñido por un
velo rojizo que parecía serpentear, la carretera, ruinosa y mugrienta, estaba
en mitad de la nada, en los laterales había campos interminables de hierba
muerta y un viento gélido azotaba con fuerza mi cuerpo. Se suponía que en los
sueños no podías sentir la temperatura pero este no era el caso, el frio estaba
calando en mis huesos y el llevar una camiseta de manga corta y estar descalza
no ayudaban lo más mínimo. Temerosa por sufrir una hipotermia crucé mis brazos,
los apreté con fuerza contra el estómago y comencé a andar; las piedrecitas
incrustándose en las plantas de mis pies me estaban torturando y un débil
gemido salió de entre mis labios. Quería salir de allí, estaba aterrada, así
que apreté los ojos cuanto pude, me pellizqué el brazo y deseé despertarme,
pero por más que lo intentaba no conseguía nada, no necesitaba abrir los ojos para
saberlo, mi cuerpo dolorido me lo confirmaba.
Mientras intentaba descubrir la
manera de salir de aquella pesadilla seguí caminando, pero conforme más
avanzaba más empeoraba la situación; unos ojos con el iris tan rojo como la
sangre relucían en la espesa oscuridad y me vigilaban; un escalofrío recorrió
mi espalda, tenía la sensación de que, en cuanto bajase la guardia, las bestias
propietarias de aquellas esferas relucientes se abalanzarían sobre mí. Aceleré
el paso, sentía que mi sistema nervioso estaba a punto de colapsar, por el
rabillo del ojo podía ver que a los ojos se les unían unos relucientes
colmillos; no pude soportarlo más, cerré los míos y empecé a correr, lo que fue
una mala idea porque trastabillé y me caí de rodillas, desgarrando la piel. Me
mordí con fuerza el labio para no gritar y me miré las heridas, la sangre
estaba resbalando por mis piernas y el dolor se intensificaba por momentos ¿De
verdad era posible sentir todo eso en un sueño?
Unas espeluznantes
risas hicieron que me olvidase del tema; unos metros más adelante divisé la
silueta de lo que parecía ser un columpio, el terror petrificó mi corazón,
presentía que lo que iba a ver no me iba a gustar, pero no podía dar marcha
atrás, no sabiendo que unos monstruos me acechaban. Seguí la carretera a una
velocidad más moderada a causa del escozor de las rodillas, el columpio negro
se materializó ante mí y fue entonces cuando me di cuenta de que dos niños
estaban subidos en él, balanceándose. Las risas desgarraban mis oídos conforme más me acercaba, había algo mal en
ellas, algo inhumano, pero aun así seguí adelante. Por un momento creí que conseguiría pasar sin que notasen mi
presencia, pero los niños pararon de golpe los columpios y dejaron de reírse;
aquello me descolocó de tal manera que no pude seguir caminando, me quedé
petrificada, mirándoles. Ellos debieron presentirlo porque se levantaron y
giraron la cabeza hacia mí, al verlos no pude reprimir un grito de espanto; su
piel era casi traslúcida, sus ojos eran blancos como la nieve y todos los
dientes de sus diminutas bocas terminaban en afiladas puntas. Al ver la expresión
que debía tener mi rostro se miraron, juguetones, compartieron unas diabólicas
sonrisas y dieron un paso hacia mí; instintivamente yo comencé a dar marcha
atrás, no podía dejar que me cogiesen, a saber lo que pensaban hacerme. Seguí
desplazándome sin mirar hacia dónde iba hasta que uno de mis pies no encontró
una superficie donde apoyarse, intenté mirar de reojo el lugar, pero me
sobresalté de tal manera cuando los niños gritaron que me desequilibré y
comencé a caer. Un desagradable nudo se me formó en la boca del estómago cuando
me di cuenta de que estaba descendiendo a una velocidad incontrolable por un
hoyo del que desconocía a cuantos metros se encontraba el fondo. Intuyendo mi
final cerré los ojos con fuerza y aguanté la respiración, pero cuál fue mi
sorpresa cuando sentí que mi cuerpo se adentraba en una espesa masa helada que
detenía mi caída. Rápidamente abrí de nuevo los ojos, todo a mi alrededor
estaba blanco, pero no me detuve ni un segundo a pensar en qué podría ser
aquello, ni siquiera me interesaba, lo único que quería era despertarme. Salí a
patadas de aquel salvavidas, me agaché e intenté controlar mi respiración,
estaba a punto de darme un ataque de ansiedad.
-¿Ya estás aquí? Has
tardado menos de lo que pensaba-.
Me quedé congelada
¿Había alguien más allí? ¿Alguien que no tenía aspecto de demonio? Una parte de
mí se negaba a levantar la cabeza, pero al final la curiosidad pudo más. Cuando
lo hice me arrepentí al instante, la figura que tenía delante era totalmente
humana, pero era imposible que fuese real porque era exacta a mí; todo su
cuerpo, las proporciones, el tono y el corte del pelo… hasta las expresiones
faciales eran idénticas. Rápidamente me tapé la cara con las manos y las apreté
con fuerza; me estaba volviendo loca, alguien cuerdo no podía tener aquella
clase de visiones.
-No tienes muy buena
pinta-.
A causa del miedo y la
impotencia las lágrimas comenzaron a recorrer mis mejillas:- ¿Quién eres?-.
-¿De verdad no lo
ves?-.
-No-. Levanté la mirada
e intenté encararme a ella:- Tú no puedes ser yo, yo soy yo-.
Ella sonrió:- Y yo soy
tú, somos dos caras de una misma moneda-.
Sentí cómo mi corazón
dejaba de latir un segundo:- ¿Qué?-.
-No creerás que este
mundo se ha creado solito, esto es parte de ti, tú misma lo creaste y yo soy
parte de él-.
Negué frenéticamente
con la cabeza:- Eso es imposible, yo no soy así, no soy tan…-.
-¿Siniestra?
¿Retorcida? ¿Macabra?-. Me mordí el labio y no le respondí, aquello no podía
ser cierto. Ella se acercó sigilosamente, se agachó en frente, agarró mi
barbilla y me obligó a mirarle a los ojos:- Niña ingenua, por mucho que lo
niegues sabes que es verdad, todo el mundo tiene un lado oscuro que intenta
reprimir y tú no eres la excepción, aunque luches contra ella hay una parte de
ti que disfruta con el dolor y el sufrimiento ajeno, una a la que sólo le
interesa saciar sus propios deseos-.
Las lágrimas comenzaron
a brotar a gran velocidad, aquellas palabras eran como espadas clavándose
contra mi corazón:- No…-.
-Déjate consumir por
este mundo, no luches más, no merece la pena sufrir por gente que ni se lo
merece, quítate la máscara y deja de esconderte-.
-¡No!-.
Sin previo aviso la
empujé, me levanté y comencé a correr por un túnel que había a mi izquierda; no
sabría decir cuánto tiempo estuve buscando la salida cuando una centelleante
luz me deslumbró, sentí un atisbo de esperanza al verla, era mi oportunidad de
escapar, pero mi “yo malvada” me estaba pisando los talones. Alargué mi mano en
un desesperado intento por alcanzarla pero unas manos negras salieron del suelo
y me agarraron por los tobillos lo que hizo que me cayese de nuevo al suelo;
aterricé contra mi barbilla lo que hizo que la vista se me desenfocara el
tiempo suficiente para perder mi oportunidad de emprender de nuevo la huida.
Más extremidades oscuras aparecieron en el suelo y no dudaron en agarrarme por
cualquier parte que tuviesen a tiro. Mi otra yo ya había llegado y se mantenía
detrás de mí disfrutando de aquella escena; intenté pelear contra la fuerza de
mis captoras, extendí los brazos, agarré la tierra que había delante de mí y
tiré, pero no sirvió de nada. La oscuridad comenzó a engullir mi cuerpo, ya ni
siquiera sentía mis piernas, era como si hubiesen desaparecido; un extraño
entumecimiento comenzó a inundarme y el sueño se apoderó de mis párpados.
-Deja de luchar, es
inútil, sólo déjate llevar-.
El humo negro ya había
llegado hasta mi rostro y yo estaba demasiado cansada como para continuar
resistiéndome, así que me relajé y me dispuse a hacer lo que me había dicho,
pero entonces un brazo salió de la luz, se extendió hasta mí y me la ofreció.
Pensé que podía ser un delirio, alguna especie de alucinación por casi haberme
perdido por completo, sin embargo la voz que me llamaba parecía muy real así
que alargué de nuevo la mano y la cogí.
Respiré todo el aire
que pude, me incorporé de golpe y busqué de manera frenética aquellas manos que
me habían aprisionado, entonces alguien me agarró por los hombros e intentó
detenerme, pero lo único que consiguió fue ponerme aún más histérica.
-¡Suéltame!-.
-Eh, tranquilízate, no pasa
nada-. Me paré de golpe, aquella era la misma voz que había salido de la luz:-
No pasa nada-. Era mi hermana, aquel brazo que había conseguido liberarme había
sido el de ella.
Al percatarme de mi
nueva situación intenté relajarme, volvía a estar en mi cuarto metida en la
cama, sí que había sido un sueño después de todo, pero un sueño muy real.
-¿Estás mejor?-.
Yo asentí débilmente:-
Ha sido horrible, parecía que estaba ocurriendo de verdad-.
Mi hermana sonrió y me
acarició mi pelo encrespado:- No te preocupes, ya ha pasado-.
Me estremecí al
recordar lo último que había pasado:- Si no me hubieses despertado no sé qué
habría pasado-.
-Pues tranquila porque
yo siempre estaré a tu lado para salvarte cuando lo necesites, soy tu apoyo, ya
lo sabes-. Me dio un beso en la frente y sonrió:- Ahora me vuelvo a la cama, si
me necesitas ya sabes dónde estoy-.
Se levantó, pero no
dejé que se marchara:- ¡Espera!-. Se dio de nuevo la vuelta:- ¿Puedo dormir
contigo?-.
-¡Claro que sí! Venga
que es tarde-.
Sonreí:- Ve yendo,
ahora te alcanzo-.
Ella asintió y se fue
de la habitación; cuando me hube quedado sola suspiré y miré con atención las
sábanas que ocultaban mis piernas, no había querido decir nada, pero las
rodillas me escocían, puede que incluso más que en el sueño. Agarré las sábanas
con fuerza y sin pensarlo demasiado me las quité de encima; tuve que reprimir
un grito al ver que las heridas seguían allí, no había sido sólo una pesadilla.
En ese momento las palabras de mi otra yo se incrustaron en mi cabeza, jamás
podría olvidarlas: “Todo el mundo tiene un lado oscuro, tú no eres la
excepción”.
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