Los acontecimientos sucedidos
aquel viernes por la noche no habían sido los que ella había esperado, aquella
inolvidable conversación había desembocado en aquel horrible sábado, día en el
que tuvo que observar, impotente, cómo aquel chico le daba la espalda a ella,
chico con el que había estado deseando volver a encontrarse desde hacía mucho
tiempo.
El domingo por la
mañana Mara se levantó tranquilamente, le dio los buenos días a toda su familia
y se encerró en su cuarto de estudio para hacer sus tareas. Sin embargo había
algo diferente en aquel hábito matutino y no era un hecho que se pudiese ver a
simple vista. Yo podía notarlo porque estaba con ella a todas las horas todos
los días, la conozco mejor que nadie, por ese motivo supe que algo no andaba
bien.
Se sentó en su
pequeño pupitre y abrió uno de los libros; no me fijé en cuál de ellos fue, ni
siquiera me fije en si de verdad era un libro de texto, lo único que conseguía
llamar mi atención en aquellos momentos era el enrarecido rostro de la joven.
Sus ojos miraban atentamente aquellas numerosas letras que había ante sus ojos,
pero yo sabía perfectamente que no las estaba viendo, su mente vagaba perdida
en algún lejano mundo, lugar en el que yo no podía adentrarme. Su mirada cambió
de objetivo; mientras observaba el hermoso jardín que había plantado su madre,
pude contemplar los labios de la joven que se mantenían contraídos y
destrozados por los fuertes dientes que no paraban de morderlos. Su mirada estaba
vacía, triste, parecía que alguien se había adentrado en ella y le había robado
todos aquellos sentimientos que caracterizaban al ser humano. Todo mi ser se
contrajo al ver que ella, una joven realmente especial para mí, lo estaba
pasando mal y yo no podía hacer nada. Sabía el motivo de su angustia, yo había
estado presente y sin embargo no pude hacer nada para evitar aquella situación.
No quería seguir torturándome así que intenté pensar en otra cosa, pero aquel
intentó fue una insensatez porque mi mente comenzó a recordar aquel día, no muy
lejano, en el que había comenzado toda aquella historia.
El viernes al salir
de clase encendió el móvil corriendo, ese día resultaba ser muy importante para
ella, por fin iba a poder verle; desde que se había cambiado de colegio no
había tenido ocasión de quedar con él, siempre ocurría algún percance; pero
aquel día no podía ocurrir nada, lo habían estado preparando durante mucho
tiempo, los dos tenían reservada aquella tarde por lo que nada podía impedirla
volver a ver a su mejor amigo. Sus amigas no consiguieron retenerla, lo único
que consiguieron de Mara fue un simple:- Ya os llamaré-.
Sin embargo aquello
no les molestó, sabían perfectamente el motivo de su euforia, así que se
despidieron de ella y con una sonrisa comenzaron a murmurar, seguramente
estarían inventándose un par de historias románticas sobre aquellos dos amigos
las cuales yo no podía negar porque hasta ella tenía ciertas dudas sobre lo que
de verdad sentía hacia él.
Llegó al metro en
un abrir y cerrar de ojos, durante esa carrera tuve la sensación de que al
final me iba a dejar atrás a causa de los enérgicos movimientos que conseguían
impulsarla hacia aquella máquina eléctrica. Durante la estancia en el metro no
pudo quedarse quieta, comenzó a dar pequeños paseos por todo el vagón; en uno
de esos paseos consiguió pisar a una mujer gitana que se hallaba recostada en
su asiento con un pequeño niño a sus piernas. Al instante ella se disculpó como
pudo, pero ese gesto no parecía complacer a la mujer así que al ver que no iba
a poder arreglar aquella torpeza decidió cambiarse de vagón. Una voz femenina
comenzó a inundar el metro, pude ver como su pecho comenzaba a moverse con
mayor velocidad; el metro comenzó a realizar su parada, Mara apretó con fuerza
el botón que la liberaría de aquel transporte; por fin el metro hizo un pequeño
balanceo anunciando que se habían detenido, ante aquel gesto Mara apretó con
rudeza el pulsador y salió corriendo al exterior.
Sus piernas no
cesaron de moverse hasta escuchar el sonido de la puerta de su habitación al
cerrarse, rápidamente comenzó a sacar toda la ropa de su armario, todos los
blusones y los pantalones comenzaron a volar por aquella estancia, cuando hubo
conseguido desordenar todo su cuarto miró el reloj que tenía en la mesita de
noche, las cuatro y veinticinco, tenía un escaso margen para: elegir la ropa,
ducharse, maquillarse y arreglarse el pelo. El problema era que para ella una
hora era todo un mundo, la conocía demasiado bien, seguramente estaría pensando
que tenía tiempo de sobra. Una sonrisa se dibujó en sus labios y supe que había
dado en el clavo, no pude reprimir un bufido, era demasiado predecible.
La hora que tenía
de margen comenzaba a extinguirse, pero ella seguía preparando las cosas con
extremada lentitud. Cuando ya tuvo todo listo volvió a mirar el reloj, al ver
su rostro por mi mente pasó fugazmente la famosa expresión de “si es que ya lo
sabía yo”, así que como un rayo me dejó en la habitación y comenzó su carrera
contra reloj.
Me obligué a volver
a la realidad, no era una buena idea recordar aquellos momentos, era algo
demasiado doloroso incluso para mí. Volví a fijarme en Mara, había dejado de
mirar hacia el exterior y ahora ocultaba su rostro entre las manos, en ese
momento pensé: “No es posible, no puede estar llorando”. Pero así era, aquella
sospecha había resultado ser cierta, lo supe en cuanto me acerqué a ella. Pude
ver entre sus dedos las gotas cristalinas que intentaban escaparse de aquella
oscura cárcel de piel y escuché el silencioso gimoteo que procedía del interior
de su garganta. Aquello era insoportable, todo mi ser comenzó a temblar a causa
de la tristeza que me embargaba, prefería recordar aquellos momentos en los que
por lo menos la joven era feliz.
Con la ayuda de su
padre llegamos a tiempo al lugar donde habían quedado; no era un lugar que
frecuentasen pero habían decidido quedar en Tres Aguas simplemente porque había
bolera, un pequeño cine y una tienda de bocadillos donde podrían cenar acabada
la jornada. Cuando su padre se marchó Mara comenzó a examinar con la mirada
todo lo que tenía a la vista y allí lo encontramos. Estaba justo en frente de
la fuente, las manos metidas en los bolsillos de los pantalones y abrigado con
su típico anorak verde; sus cabellos lisos y castaños resplandecían a causa de
las gotas de agua que le habían salpicado. La joven comenzó a correr, comenzó a
gritar su nombre, todas las personas que había a su alrededor comenzaron a
observar a aquella escandalosa muchacha, pero a ella le daba igual; yo fui la
única que se avergonzó. Los resplandecientes ojos marrones del muchacho se
iluminaron ante la curiosa escena que estaba montando su amiga. Cuando Mara
llegó a su lado se tiró hacia él y dejó que el chico la sostuviera entre sus
largos brazos; un caluroso sentimiento de felicidad se apoderó de mí, los dos
estaban radiantes, los dos habían estado deseando volver a verse y por fin ese
deseo se había cumplido.
La tarde pasó
rápidamente, fue muy divertida y amena, transcurría tan apaciblemente que
incluso parecía que nunca habían llegado a separarse, que era una situación que
repetían todas las tardes.
La noche llegó y
con ella la hora de cenar; los dos jóvenes, conmigo a sus espaldas, salieron
ilusionados del cine y se dirigieron a una de las muchas cafeterías que había en
aquel lugar, pero cuando fuimos a entrar en aquella bocatería pude ver un
siniestro brillo en los ojos del muchacho; permanecí unos segundos en frente de
la puerta, se me había formado un nudo en el estómago, algo iba mal. El joven
compró los bocadillos, jamón y queso para los dos, Mara comenzó a comer
rápidamente pero Alex apartó momentáneamente el bocadillo; ese acto nos
sorprendió a las dos, era un chico bastante glotón aunque para nada gordo,
tenía que haber una buena explicación para aquel gesto; y así era, la había.
Cuando el joven hubo soltado aquello que le quitaba el apetito el rostro de la
joven cambió radicalmente, esa cara se me quedaría grabada el resto de mi vida.
Sus manos ya no se
encontraban escondiendo su rostro, una de aquellas extremidades apretaba un
lápiz con el que no paraba de hacer dibujos abstractos, inconexos unos de
otros, al menos, eso era lo que creía; pero en cuanto me acerqué un poco más
supe que estaba equivocada. Aquellos dibujos eran espaldas, en esas espaldas se
repetía siempre la misma frase, era la última frase que consiguió decirle.
Aquel sábado por la
tarde iba acompañada por sus padres y su hermana, al parecer ellos ya sabían
cómo iba a terminar aquel reencuentro del día anterior. Miré entristecida a la
joven, estaba verdaderamente seria; no se había enfadado con sus padres, no se
había enfadado con él, simplemente había dicho que lo entendía, que entendía
todo; pero no era verdad, yo sabía que estaba escondiendo lo que verdaderamente
sentía. Alex se encontraba en frente de ella, al lado de sus padres; sus
maletas eran los objetos que más sobresalían. A la espalda del joven se
encontraba la aduana, estaba a un paso de separarse de él. Cuando estuvieron
juntos sus padres les dejaron solos; durante unos angustiosos segundos
estuvieron en silencio, quise ayudarlos pero me era realmente imposible. Alex
intentó decirle algo pero ella no le dejó, le regaló su característica sonrisa
y le hizo prometer que no perderían la comunicación. Él se lo prometió. Luego
le dijo que deseaba que se lo pasara muy bien y que no se preocupase por ella;
ante aquello él bajó la cabeza, no tenía las fuerzas que necesitaba para
desprender la coraza de su mejor amiga.
Había llegado la
hora de la verdad, ella sonrió y comenzó a despedirse con la mano; pero cuando
Alex se dio la vuelta algo dentro de ella se rompió, al ver su espalda sus
verdaderos sentimientos estallaron. Las lágrimas comenzaron a resbalar por su
destrozado rostro y gritó desesperadamente:- ¡Vuelve! ¡No quiero que te
marches!-. Seguramente aquellas palabras
habían sido las que, desde un principio, había esperado el joven; pero era
demasiado tarde, no había vuelta atrás.
El trueno me
devolvió a la realidad, era la mañana posterior a aquella terrible despedida,
miré de nuevo a Mara, era normal que estuviese así de destrozada, pero aun
entendiéndolo el verla así era algo que me destrozaba el alma, por eso quería hacer
algo. Mara comenzó a dar vueltas a alrededor de su dedo uno de los anillos que
le había regalado su madre, señal de que estaba nerviosa. Angustiada miré hacia
el cielo, observé por la ventana todo aquel infinito manto de nubes negras,
quise que me dieran alguna explicación, quería saber por qué no me habían
dejado actuar, pero lo único que conseguí ante aquellas angustiosas peticiones
fue el comienzo de una gran tormenta. Volví con ella de nuevo y me acerqué con
las lágrimas apunto de resbalar por mis pálidas mejillas, quería consolarla,
quería disculparme, pero sencillamente era algo imposible. Alcé una de mis
manos y me dispuse a acariciar su mejilla, pero al instante mis dedos la
traspasaron; las rodillas comenzaron a temblarme así que me dejé caer, las
lágrimas habían comenzado su recorrido. No lo entendía ¿De qué servía ser su
ángel protector si no podía hacer nada en estos casos? Deseaba con todas mis
fuerzas hacer algo para apaciguar su dolor, pero me era realmente imposible, un
ser incorpóreo como yo no puede tocar a seres como ella. Lo único que pude
hacer por Mara fue estar a su lado y compartir aquella carga que soportaba su
corazón, esperando que así lo llevase mejor.