El frío me estremece las entrañas y la oscuridad ensombrece mi alma.
Busco el fuego: cálido, acogedor y risueño... pero su instinto travieso me invita a buscarle mientras se esconde en sitios donde mis manos mundanas nunca serán capaces de llegar.
Necesito encontrar refugio, un lugar donde cobijarme, así que me levanto y saludo con cuidado al tímido viento que se mece entre los árboles.
Rehuye de mí, desconfiado y esquivo, pero su naturaleza curiosa le impide abandonarme a mi suerte. Su revoloteo acentúa los temblores, pero yo le quito importancia y extiendo mis brazos hacia él para asegurarle que no tiene nada que temer.
Al principio danza asustado, pero en cuanto doy vueltas al son de sus remolinos acompasados, la timidez se escabulle y la confianza vincula nuestras esencias.
Sus fríos tentáculos me instan a seguirle, así que decido que lo mejor es dejarme llevar.
Sus juegos enredando mis cabellos, saltando conmigo hasta el cielo y robando el eco de mi voz, consiguieron espantar el peso que residía en mis huesos.
Las tinieblas se disipan a nuestro paso y una esperanza poco degustada endulza mis labios.
Estoy tan embelesada disfrutando del empujón de buena suerte que he tenido, que el repentino arrebato que tuvo la tierra al pisar una zona verde, me deja sin aliento.
Un muro de roca, duro e imponente crece ante mí sin miramientos. De no ser por la rápida respuesta de mi amigo el viento, la tierra no habría tenido ningún reparo en aplastarme.
El susto hace mella en mí, debilitando mis piernas y obligándome a arrodillarme en el suelo.
El viento me acuna con dulzura y lucha por alejar esa sensación tan amarga que hormiguea por mi cuerpo. Tengo ganas de llorar, así que bajo la cabeza y lucho contra las lágrimas. Es entonces cuando me encuentro con el pequeño jardín que he usurpado.
Una pálida y dulce margarita languidece a mi lado, muy cerca de unas hermanas con los pétalos en su dirección, apenadas por su suerte.
He sido yo, estaba tan distraída jugando con mi nuevo amigo que había dejado de ver dónde pisaba.
La acaricio con cuidado e intento ayudarla para que vuelva a ponerse en pie, pero parece haber perdido toda su fuerza.
Rápidamente desentierro su raíz y urjo al viento para que me guíe hasta un lugar con algo de agua.
La fuerza de su empujón casi me deja sin respiración, pero en un abrir y cerrar de ojos llegamos a un bello lago de aguas cristalinas. Me arrodillo en la orilla y extiendo la mano hacia sus aguas, pero ellas esquivan mis dedos sin dudarlo.
El agua no confía en mí. Muchos ya la han engañado, la han utilizado y luego se lo han pagado con daño y una cantidad infinita de basura. Nosotros somos los que hemos hecho al bondadoso elemento una entidad llena de temor y rencor.
Intento explicarle que no es con un fin egoísta, no me importa deshidratarme, lo único que quiero es ayudar a aquella pobre margarita. El viento intenta convencer a su hermana, que sigue algo insegura, pero al descubrir entre mis brazos a la pequeña herida, el agua, que es sabia y bondadosa, levanta sus barreras y deja que unas pequeñas olas humedezcan mis rodillas.
Sonrío, agradecida y, una vez que vuelvo a plantar la raíz de la flor, le ofrezco todo el agua que necesita.
Fue algo mágico. Sus pétalos se abren y toda su belleza explota en un arcoíris de colores. Ella me lo agradece infinidad de veces y yo me disculpo por mi torpeza.
Los cuatro elementos se han juntado a mi alrededor y me observan con detenimiento, estudiando lo que ha pasado. Yo no puedo evitar tensarme, asustada ante la incertidumbre de no saber qué era lo que iba a pasar a continuación. Pero fue una tontería, porque ellos habían visto la inocencia y la bondad que supuestamente hay en mi interior, esa que tiene una vez el ser humano pero que es corrompida con el paso de los años.
La oscuridad se desvanece de golpe, los seres del bosque y del lago salen de sus escondites a jugar con nosotros. El fuego ha calentado el lugar y la tierra ha levantado sus barreras alrededor de nuestro patio natural para que nadie nos moleste. Todo el malestar que tenía se lo ha llevado el viento, y una sensación cálida y placentera se ha adueñado de mi corazón.
Me han aceptado, me han invitado a su casa y me han permitido quedarme junto a ellos, a pesar de ser una de esos seres que les lastiman cada vez que tienen ocasión.
Jamás olvidaré aquella experiencia, siempre estaré agradecida, y siempre haré todo cuanto esté en mi mano para proteger a mis queridos amigos, los elementos.