Un viento glacial asolaba sin
piedad las calles abarrotadas de Madrid aquel 24 de diciembre de 2013. Era la
víspera de noche buena, momento en el que todos los habitantes de la ciudad
deberían estar preparándose en sus casas para pasar una agradable velada junto
a sus familiares más cercanos; al menos eso era lo que le habían enseñado en la
escuela.
Un pequeño ser, resplandeciente y
con unas pequeñas alas de libélula saliendo de sus omoplatos, danzaba
felizmente a lomos de una de aquellas despiadadas ráfagas de aire. Se mostraba
emocionada, eufórica, su dorada piel de hada relucía con tal fuerza que
superaba la de muchas estrellas que observaban su viaje desde el firmamento.
Era el primer día que la
permitían salir de la hondonada de las hadas, la primera vez que podría ver el
mundo humano que con tantas ansias había deseado conocer. Le habían contado
incalculables historias, le habían enseñado los valores que más importancia
tenían y se había memorizado con todo
lujo de detalles cada ritual y cada celebración que hacían para recordar lo que
verdaderamente importa.
En su cabeza tenía un mundo
idealizado lleno de personas rebosantes de dicha y solidaridad, es por eso por
lo que se llevó tal decepción al llegar a su destino. Ya le habían advertido
que ante ellos los seres humanos se presentaban con halos de luz fluctuando
alrededor de sus cuerpos o con sombras que intentaban deteriorar su alma.
Pensó, sobretodo siendo el día que era, que las luces superarían con creces a
sus contrarios, pero resultó que no era así.
Las personas que andaban por las
calles iluminadas arrastraban sus pies como si de zombis se trataran, parecían
desolados, hundidos, y las sombras se pegaban a ellos como sanguijuelas ávidas de
sangre. Había muy pocas que estuvieran envueltas por la felicidad, pero ¿Por
qué?
La pequeña hadita no conseguía
entenderlo. Su antecesora, la que le había pasado el puesto de guardiana de los
humanos, ya le había advertido. Le había explicado que estaban siendo
derrotados, que por mucho que lo había intentado, no había conseguido mantener
viva la esperanza en sus corazones, pero la pobre ingenua no había querido
creérselo ¡Era tan bonito lo que había leído en sus libros!
Tenía que hacer algo, acercarse a
ellos y sanar sus almas heridas, pero había una especie de demonio que no se lo
permitía, la empujaba con furia y la bloqueaba. Era demasiados humanos perdidos
para una sola hadita ¿Qué se suponía que podía hacer para ayudarles? ¿Para que
ese espíritu navideño del que tantas veces había oído hablar volviera a
significar algo para ellos?
No sabía hacia donde ir y su luz
había comenzado a debilitarse. Estaba comenzando a arrepentirse por haber
aceptado aquel puesto de trabajo cuando vio a una pequeña niña a través de una
ventana. La casa era extremadamente pequeña y la familia parecía muy pobre,
casi no tenían suficiente para los cinco miembros de la familia, pero aun así
el aura que envolvía a la pequeña era el más puro que había visto desde su
llegada.
Desconcertada y curiosa, el hada
esperó pacientemente en el alfeizar de la ventana hasta que consiguió la
oportunidad que había estado esperando. Cuando la niña se quedó sola se
presentó ante ella. No gritó, ni siquiera pareció sorprenderse. Irradiaba gran
alegría y felicidad. Sin duda era alguien único.
La hadita, acabadas las
presentaciones, no pudo evitar preguntar el motivo de su júbilo cuando,
claramente, su familia no había triunfado en la vida.
—¿Por qué dices que no somos
triunfadores? —preguntó la niña — Yo creo que mi familia es la más afortunada,
quizás no tenemos todos los juguetes del mundo ni mucha comida, pero puedo
estar con mi papá, mi mamá y mis hermanitos. Mi mamá y los gemelos podían haberse
ido al cielo porque estuvieron muy malitos, pero se salvaron y estoy muy
agradecida por ello. No me importan los juguetes, sólo me hace feliz que sigan
a mi lado.
La hadita se contagió por la
inocencia y la bondad de aquella niñita, no superaría los seis años, pero eran
las palabras más enriquecedoras y sabias que había escuchado en toda su pequeña
existencia.
Ya sabía lo que tenía que hacer,
cual era esa medicina que necesitaban las personas torturadas que asolaban la
ciudad. Necesitaban que alguien les abriera los ojos y les recordaba que no
estaban solos, que siempre había algo por lo que dar gracias y que no todo lo
que les pasaba era malo. Podemos aprender incluso de las situaciones que en un
primer momento nos parecen insufribles.
A eso es a lo que se dedica ahora
nuestra pequeña amiga, se acerca a todos aquellos que están siendo perseguidos
por las sombras, se mete en su cabeza y despierta esos recuerdos que estaban
siendo oprimidos por el cansancio y la impotencia; se cuela por las defensas de
los demonios, toca todos esos corazones dañados que han olvidado a las
personas a las que aman y hace emerger de nuevo esos sentimientos positivos que
liberan el alma. Despierta de nuevo la luz.
Es un trabajo cansado, agotador,
en muchas ocasiones piensa que no va a poder seguir adelante, pero en seguida
se arrepiente porque sabe que no puede abandonarlos, sería egoísta, así que
sigue acercándose a las sombras cada día, a cada segundo, con la esperanza de
que algún día llegue el momento de que los corazones de los humanos sanen.
¿Qué os parece si ayudamos a este
benévolo ser que nos cuida con tanto mimo? Aprovechemos estas fiestas para
hacer las paces con el mundo, con la sociedad, aprovechemos el momento y
disfrutemos de las cosas buenas que nos da la vida, de las personas que están a
nuestro lado y que tanto nos quieren. Olvidémonos de los malos tragos aunque
sea por una noche y saquemos lo positivo de las cosas. De ese modo ayudaremos a
nuestra guardiana y la dejaremos descansar.
¡FELIZ NAVIDAD MIS GUARDIANES!
¡DISFRUTAD DE VUESTRA FAMILIA Y SER MUY FELICES!