Los últimos rayos de sol se
asomaban por la ventana cuando regresé a mi cuarto. Cerré de un portazo la
puerta y tiré el refresco que tenía entre mis manos.
Absurdo. Era el primer día de
vacaciones, habíamos conseguido pasar a bachillerato y estaba allí, solo y sin
nada que hacer. Se suponía que teníamos que celebrarlo, disfrutar de la
victoria de poder seguir en la misma clase el año que viene ¡Debería estar
conmigo! Pero no, ella prefería quedar con sus amigas y salir de fiesta. “Lo
siento mucho mi amor, es una noche sólo de chicas, pero te prometo que mañana
estaré todo el día contigo” me dijo.
¿Acaso tiene sentido? ¡No! Yo tendría
que ser su prioridad, sin mí ella no es nada. Ya debería de haberse dado
cuenta. YO he sido quien la ha separado de esos espantosos engendros que tenía
como amigos, YO fui quien corrigió esos horribles hábitos alimenticios que
tenía, YO soy quien le dice cómo debe comportarse y hablar en las reuniones a
las que vamos juntos para que no haga el ridículo.
YO soy su guía, todo su mundo…
Debo ir con ella, tengo que
protegerla, necesito dejar bien claro que ella me pertenece, si yo no espanto a
esos moscardones pesados de las faldas de mi novia ¿Quién lo hará?
Rápidamente me senté en mi
escritorio y encendí el ordenador. Estaba acelerado, el corazón se convulsionaba
en mi pecho y la adrenalina me quemaba las entrañas. Todavía estaba a tiempo,
si me metía ahora y hablaba con esas amiguchas que tenía podría liberarla, iría
a su casa y le haría darse cuenta del error que había cometido.
Cargué la página de Facebook,
puse el nombre de usuario de mi chica y tecleé su contraseña. Por suerte podía
acceder a todas sus redes sociales, ella misma me las dio para demostrarme que
no me escondía nada, que podía confiar en ella, pero aun así no me fiaba.
Seguía leyendo conversaciones que me hacían sospechar, siempre veía las
segundas intenciones en los mensajes que la enviaban nuestros compañeros, en
alguna ocasión hasta me había visto obligado a contestar en su nombre y a
borrar contactos para que la dejasen en paz.
Me sequé el sudor con la mano y
busqué el nombre de la chica con la que mi novia iba a salir. Estaba conectada,
justo como me había imaginado.
Sin dudarlo un momento abrí la
conversación que tenían y le dije que no iba a poder salir con ellas ni esa
noche ni ninguna otra, que no estaba dispuesta a seguir siendo amiga de unas
zorras que no dejaban que su novio fuese con ella. Le dije que no se molestasen
en volver a ponerse en contacto si no querían que su novio fuese a darles lo
que se merecían.
La chica no tardó mucho en
contestar, estaba dolida y enfadada. Una risita de júbilo salió de entre mis
labios al ver que había conseguido mi objetivo
pero me detuve cuando leí su último mensaje:
“Fuiste tú la que nos dijo que no
querías traer a tu novio, gilipollas, no nos eches la culpa a nosotras ahora”.
Se me había helado la sangre, me
sentía como si acabaran de apuñalarme por la espalda, el dolor de la traición
comenzó a mezclarse con una ira insoportable ¿Cómo se atrevía? ¿Quién se creía
que era esa puta para ridiculizarme de esa manera? ¡Ella no era nadie!
Le di un puñetazo a la mesa y
lancé un grito. Aquello estaba haciendo que los fantasmas de mi pasado
volviesen a atormentarme, las imágenes de mi madre abandonándome cuando era un
niño se agolpaban en mi cabeza y me asfixiaban. No podía dejar que volviese a
suceder ¡No iba a permitirlo! Ella iba a estar siempre a mi lado.
Había sido demasiado amable, le había
concedido demasiada libertad, pero eso estaba apunto cambiar. No me importaban
los métodos que tuviese que utilizar, ya iba siendo hora de que le recordase
quién era el que estaba al mando.
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