Si Madrid ya de por sí
era una ciudad en la que era muy complicado moverse, en fechas como esa, era
casi imposible. No tengo ni la menor idea de cómo conseguí llegar hasta las
altas verjas de la entrada del parque del retiro, pero ahí estaba, entero y a
punto de ser asfixiado por la avalancha de gente que entraba y salía.
Suspiré e intenté
tragarme las ganas que tenía de salir corriendo y resguardarme en mi pequeño
piso de Argüelles. No soportaba la aglomeración, me agobiaba muy fácilmente,
era tanta la ansiedad que me generaba que siempre que podía evitaba meterme por
las mañanas en los vagones del metro que iban excesivamente cargados, si no
fuera porque aparcar era misión imposible en aquella ciudad, me olvidaría del
transporte público y me movería siempre con mi mercedes de segunda mano. Quizás
no era de los mejores, pero al menos ahí metido controlaba que no se traspasase
mi espacio vital.
En otras circunstancias
no hubiese dudado en darme la vuelta y olvidarme de lo que había ido a hacer,
pero sería estúpido si desperdiciase de nuevo una oportunidad como aquella.
Estábamos a principios
de junio, fecha en la que la feria del libro cobraba vida y se adueñaba de las
calles del parque del retiro. Cientos de casetas eran abiertas y expuestas al
público.
Eran unos días muy especiales para todos los amantes de la lectura
porque, además de contar con una buena oportunidad de conseguir libros de
cualquier género, idioma y tamaño, también podías encontrarte con algún que
otro autor y, si tenías suerte, con uno de los encargados de fabricar esa
historia mágica que te había atrapado entre sus garras.
Era por ese mismo
motivo por el que me había armado de valor. Ese día firmaba un escritor al que
había intentado conocer infinidad de veces, siempre me había rendido a mitad de
camino, pero esta vez era diferente, no pensaba irme hasta tener su autógrafo
plasmado en la primera página de mi ejemplar.
Me abrí paso entre la
multitud como pude, el contacto con las personas desconocidas me ponía los
pelos de punta. Intenté ignorarlos y seguir adelante como si nada. El sudor
frío me resbalaba por la espalda con excesiva lentitud, provocándome. Respiré
hondo y clavé los ojos en mis deportivas. “Sigue adelante Santi”, “Tú puedes”,
“No te detengas”.
Pero un transeúnte me
golpeó en el hombro izquierdo. Si ya de por sí iba con un estado de activación
superior al de la media, aquel repentino contacto me desestabilizó. Tenía que
salir de allí, mi corazón se había desbocado, sentía unas fuertes palpitaciones
en la sien y no podía respirar con normalidad.
Salté los arbustos como
pude y me tiré en el césped, todo me daba vueltas, la ansiedad se enroscaba en
mi pecho como una serpiente. Necesitaba esconderme, aunque fuese durante unos
minutos, antes de que no pudiese controlar aquel endemoniado ataque de pánico.
Imágenes
distorsionadas, casi irreales, se agolpaban en mi cabeza. Mi madre siendo
separada de mí a la fuerza por una masa de personas poseídas por el pánico.
Innumerables piernas que me dejaban atrás y me golpeaban como si fuese un trozo
de basura. Cuerpos entremezclados que flotaban por encima, pisándome…
Agarré con fuerza el jersey
a la altura de mi pecho y solté un gemido, no sabía cómo escapar de aquella
espiral de recuerdos oprimidos.
—Oye — Sus palabras me
sonaban lejanas, por un momento pensé que mi cabeza me estaba jugando una mala
pasada, pero entonces la figura de una chica se materializó ante mí — ¿Te
encuentras mal? ¿Dónde te duele?
Intenté contestar pero
estaba demasiado ocupado intentando que llegase oxígeno a mis pulmones.
—Está bien, tranquilo —
Levantó mis piernas y pegó un grito, supongo que pidiendo ayuda —Intenta hacer
lo que te digo ¿Vale? Inspira por la nariz y expira por la boca —La chica lo
hizo para que lo imitase y yo lo intenté, pero no fue exactamente igual.
—Muy bien, tú sigue
así, ya verás cómo al final funciona.
Pero mi nivel de
ansiedad estaba por las nubes. Antes incluso de poder repetirlo había perdido el conocimiento.
(La semana que viene se subirá la PARTE 2)